«Los árboles me han dado siempre los sermones más profundos».
(Herman Hesse)
El dos de diciembre de 2017 supone un día señalado en mi vida. Recuerdo con cariño el momento de mi defensa ante tribunal de mi tesis doctoral. Era el broche a siete años de trabajo intenso y un aprendizaje continuo en un proyecto que me apasionó desde su inicio. Llegué a Barcelona con un humilde y recién estrenado título de cardióloga para comenzar (otra vez) desde cero el proceso de adaptación a una nueva ciudad, engrosando mi curriculum de pisos alquilados, contratos profesionales, maletas y mudanzas, billetes de tren y avión. Nada era un obstáculo ante la posibilidad de absorber conocimientos y experiencia y seguir creciendo.
No es posible condensar en una publicación lo que me aportaron esos años. Lo resumo diciendo que es un gran recuerdo, algo que ha quedado en el corazón. No es un dato aislado en la memoria. El cerebro olvida (anmesia), pero el corazón no. El corazón revive, en cada latido, lo que fue. Y el hecho de «haber sido», lo eleva a la escala de «ser». Forma parte de mi «esencia». Además de recordarlo, crece y avanza en cada uno de esos latidos.
Ese dos de diciembre de 2017 obtuve mi título de Doctora en Medicina con sobresaliente «cum laude». Me vi muy feliz, con mi trabajo demostrado, compartido, admirado, gratificado. Lo que no me imaginé fue lo que iba a ser «el día después» de ese momento. Un constante torbellino de idas y venidas, de más títulos, pisos alquilados, maletas, mudanzas, billetes de tren, de avión, hasta de barco. Seguí adelante, no veía nada de todo eso como obstáculos. Porque había transitado el mundo como «doctoranda». Eso no es un título, es una actitud. Ante las situaciones, oportunidades, reflexiones-flexiones-giros y saltos de la vida. Ya no perseguía títulos, pero mi timón interno me impulsaba a seguir navegando, creciendo, fallando, cayendo, levantándome, probando.... amando.
AMANDO (necesito gritarlo en mayúscula) cada paso, cada piedra y cada bache del camino. No puedo decir cómo superé las adversidades porque nunca las reconocí como tales. Así llegué al dos de diciembre de 2022. Cinco años amando, bodas de madera que celebro con inmensa gratitud. Sigo con esa actitud de doctoranda que me hace a mirar, y admirar, a las personas sintiéndome siempre diminuta, mirándolas desde mi pequeñez, poniéndome de puntillas y alzando la mirada para poder seguir obervando y tomando ejemplo de ellas.
Y es en ese momento, en el de mayor sensación de pequeñez (mi melodía suena en «Mi menor») cuando surgen reconocimientos bonitos e inesperados:
👩🎓En 2022 he sido galardonada con el Premio Nacional de Medicina en Cardiología S XXI.
👩🎓Me han escogido para que sea la Profesora del Campus de la Sociedad Española de Cardiología encargada de preparar la docencia sobre «Aortopatía bicúspide», dentro del curso «Patología aórtica en cardiopatías congénitas y familiares».
Con este reconocimiento, asumo con responsabilidad mi avance. Seguir trazando anillos concéntricos en el tronco de mi experiencia y con actitud de doctoranda. Espero estar a la altura y seguir celebrando cada astilla de las próximas bodas de madera, arcilla, lana, bronce, aluminio y cualquier elemento que se precie. Madera de tronco. Tronco de árbol. Que dará hojas, fruto y flor.
«Los árboles me han dado siempre los sermones más profundos» (Herman Hesse)
Os dejo un vídeo con unas palabras de gratitud
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