Esta
es la historia que un día me “regaló” una amiga. Versa sobre un hombre judío
y uno de sus recuerdos de infancia. Cuando tenía cuatro o cinco años, formaba
parte de una tribu que vivía en el desierto en tiendas de campaña. Una noche,
cuando el chavalín dormía junto a la vieja que le cuidaba, de pronto,
apremiado por una necesidad natural, el niño salió de la tienda y se sintió
maravillado ante el cielo plagado de estrellas que nunca había visto. Era una
noche de verano y un silencio terrible lo llenaba todo. De pronto, al niño le
pareció que aquella era la noche más hermosa desde la creación del mundo,
tal vez porque era la primera que realmente veía. Se sentía como dentro de
una gran cuna. Y todo era tan sereno, tan apacible, bajo el brillo de millares
de estrellas, que se diría que aquella gran armonía estaba anunciando algo.
Le pareció que aquella hermosura no podía terminar allá. Que aquello estaba
preparado para algo, para alguien. ¿Iba, tal vez, a venir el Anunciado a los profetas?
Corrió emocionado hacia la tienda y gritó a la vieja que le acompañaba:
-“Ven, ven a verlo. En el cielo hay, por lo menos, diez estrellas. ¿No crees que
el Mesías podría venir hoy?”.
La vieja, medio dormida, oyó con una sonrisa la voz temblorosa del niño. Levantó los ojos al cielo y, viendo los millares de estrellas que tantas veces había visto, respondió:
-“Olvida al Mesías ¡y aprende a contar!
La vieja, medio dormida, oyó con una sonrisa la voz temblorosa del niño. Levantó los ojos al cielo y, viendo los millares de estrellas que tantas veces había visto, respondió:
-“Olvida al Mesías ¡y aprende a contar!
Me
pregunto si en esa mujer y en ese niño no estaba resumida la Humanidad entera.
El niño formaba parte del grupo -pequeño grupo- de los que esperan algo.
De los
que saben que detrás de la realidad hay otra realidad más profunda y hermosa.
De los que están seguros de que la belleza del mundo esconde mayores secretos.
De los que se atreven a creer en la posibilidad de la utopía.
De los que no se
quedan atrapados en lo que ven sus ojos y quieren ir más allá, más allá.
La
vieja es la mayoría de la Humanidad. Creen que han visto todo. Y, en lo que
ven, nunca saben descubrir lo que puede haber detrás. Se ríen incluso de los
soñadores. Para ellos lo importante es saber contar, vivir en la superficie de
su aburrimiento. No se atreven a creer en nada más, porque tienen miedo a
decepcionarse después. Prefieren creer poco, esperar nada, y así se sienten como
más seguros.
Naturalmente, yo preferiré siempre:
a los que sueñan... aunque se equivoquen;
a los que esperan... aunque a veces fallen en sus esperanzas;
a los que apuestan por la utopía... aunque a veces queden a medio camino.
Apuesto por los que no se resignan a que el mundo sea como es;
los que confían en que el mundo puede y debe cambiar;
los que creen que la felicidad vendrá, tal vez mañana, tal vez esta misma noche;
los que no hacen caso a esa vieja que hay dentro de cada uno de nosotros y que nos asegura que no hay nada detrás de las estrellas.
los que confían en que el mundo puede y debe cambiar;
los que creen que la felicidad vendrá, tal vez mañana, tal vez esta misma noche;
los que no hacen caso a esa vieja que hay dentro de cada uno de nosotros y que nos asegura que no hay nada detrás de las estrellas.
Sólo de los que creen es el Reino de los Cielos.
Sólo de los que esperan es el Reino de la Felicidad
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