viernes, 3 de septiembre de 2021

En clave de «soy»: el valor de decir «yo»

Del  «mí menor» al «yo sostenido». Esa es la escala que me mueve a lo largo del pentagrama de mi vida. La he titulado: «en clave de soy»

Reconozco que suelo estar bastante en «mí menor», con la impresión de que, para conseguir mis metas, necesito realizar el doble de esfuerzo que cualquiera. En cierta medida, todo intento que realizo precisa de modificaciones, nuevas definiciones, interrupciones y empujones. Es como un viaje con escalas o una carrera de obstáculos. No encuentro billetes de vuelo directo. 

También hay situaciones en las que peco de soberbia, orgullo, codicia y vanidad. Son momentos en los que el miedo y la baja autoestima me llevan al punto contrario, a un «yo sostenido» marcado por la manipulación y el autoengaño de mi propio ego. Refugiada en comparaciones e inseguridades, transito caminos falsos que no hacen más que levantarme ampollas. Es entonces cuando reconozco el sufrimiento, acepto los errores y vuelvo al punto de partida. 

La enfermedad y los fracasos me han enseñado casi todo lo que soy. Me han concedido la llave que me abre la puerta (y los ojos) de la realidad. 


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Pasar por la enfermedad me ha impuesto un distanciamiento físico, una separación de la persona, un alejamiento del «yo», de mi centro. Esto ha despertado preguntas sobre el sentido de la existencia y la utilidad de vivir que estaban dormidas o, quizá, que había mantenido censuradas durante mucho tiempo. Al hacerme testigo de la enfermedad y del dolor surge una responsabilidad personal ante la que debo ser valiente y decir: «aquí estoy». 

Contemplo a mi alrededor. La sociedad tiene una necesidad vital de personas que sean presencias responsables. Sin personas no hay sociedad, sino una agregación aleatoria de seres que no saben por qué están juntos. Lo que queda es el egoísmo del cálculo y el interés propio, que hace que la gente sea indiferente a todo y a todos. Las idolatrías del poder y el dinero prefieren tratar con individuos en lugar de con personas, es decir, con un «yo» centrado en sus propias necesidades y derechos subjetivos («yo sostenido») en lugar de un «yo» abierto a los demás, que se esfuerza en formar el «nosotros» de la fraternidad y la amistad social (el «yo armónico» que equilibra el pentagrama «en clave de soy»).

Después de lo vivido en este tiempo de pandemia, quizá sea más evidente que las personas somos el punto desde el que todo puede volver a empezar. Es necesario encontrar recursos y medios para que la sociedad vuelva a moverse, pero lo esencial es que se tenga el valor de decir «yo» con responsabilidad y no con egoísmo. Se debe comunicar con la propia vida que el día puede comenzar con una esperanza fiable. La valentía no siempre es un don espontáneo y queda amenazado en una época en la que el miedo - que revela una profunda inseguridad existencial - juega un papel tan decisivo. El miedo bloquea las energías e impulsos hacia el futuro (ese tiempo que está por llegar y que se percibe como incierto).


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Entonces, ¿cómo alcanzar la valentía? Reiniciar es la palabra clave. Todas las personas somos necesarias; nadie es descartable o prescindible. Pero debemos actuar desde la libertad, porque la libertad está implicada en toda iniciativa humana. La libertad debe ser conquistada a través de un ejercicio de  valores humanos. Aprendamos a desarrollar la valentía de encontrar nuevos signos y nuevos símbolos que construyan un mundo amable para nosotros y para los demás. Es un camino de reanudación que amplía nuestra conciencia personal hacia la confianza en el testimonio y el diálogo con todos, sin excluir a nadie. El horizonte es el mundo entero

Reanudar es volver a unir; volver a establecer lazos y conexiones con los demás y con cuanto nos rodea. Es un fenómeno de encuentro en el que se hace posible que el «yo» decida, se haga capaz de aceptar, reconocer y acoger. El valor de decir «yo» nace en el descubrimiento de la verdad. ¿Y dónde está la verdad? En nuestra presencia (presente + esencia). Toda experiencia auténtica de verdad busca su propia expansión y permite experimentar una liberación profunda que lleva a aumentar la sensibilidad hacia las necesidades de los demás. Comunicándolo, el bien arraiga y se desarrolla

Con la valentía de decir «yo», se reinicia y reanuda el encuentro voluntario en el «nosotros», se alcanza la libertad que nos lleva a gozar de una profunda paz, incluso en medio de las tormentas de la vida. Hoy me siento bendecida por esa paz que orquesta la melodía de mi canción. Un equilibrio «en clave de soy» que he alcanzado tras atravesar el sufrimiento, la enfermedad y el temor. ¿Te atreves a ensayar tu mejor canción?

El perfume de la PAZ es la BONDAD. 

De todo este proceso nace la ALEGRÍA, que es la sonrisa del alma. 

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