Acaban de resolverse resultados del último Examen MIR, una conocida prueba de selección para el acceso a formación especializada de médicos.
Recuerdo cuando hice esta prueba, y la gente me pregunta mucho sobre la dificultad, el número de aspirantes, las horas de estudio.
Lo que queda atrás, es menos conocido o no tan popular, y sin embargo esconde una relevancia de enorme magnitud. ¿Qué nos impulsa a ser médicos?
A continuación dejo un texto de Esculapio, que transmite de forma muy fiel la filosofía de nuestra vida y nuestra vocación:
¿Has pensado bien en lo que ha de ser tu vida?
Tendrás que
renunciar a la vida privada; mientras la mayoría de los ciudadanos pueden,
terminada su tarea, aislarse lejos de los inoportunos, tu puerta quedará
siempre abierta a todos; a toda hora del día o de la noche vendrán a turbar tu
descanso, tus placeres, tu meditación; ya no tendrás hora que dedicar a la
familia, a la amistad o al estudio; ya no te pertenecerás.
Los pobres, acostumbrados a padecer, no te llamarán sino en casos
de urgencia; pero los ricos te tratarán como esclavo encargado de remediar sus
excesos; sea porque tengan una indigestión, sea porque estén acatarrados; harán
que te despierten a toda prisa tan pronto como sientan la menor inquietud, pues
estiman en muchísimo su persona. Habrás de mostrar interés por los detalles más
vulgares de su existencia, decidir si han de comer ternera o cordero, si han de
andar de tal o cual modo cuando se pasean. No podrás ir al teatro, ausentarte
de la ciudad, ni estar enfermo; tendrás que estar siempre listo para acudir tan
pronto como te llame tu amo.
Eras severo en la elección de tus amigos; buscabas a la sociedad
de los hombres de talento, de artistas, de almas delicadas; en adelante, no
podrás desechar a los fastidiosos, a los escasos de inteligencia, a los
despreciables. El malhechor tendrá tanto derecho a tu asistencia como el hombre
honrado; prolongarás vidas nefastas, y el secreto de tu profesión te prohibirá
impedir crímenes de los que serás testigo.
Tienes fe en tu trabajo para conquistarte una reputación; ten
presente que te juzgarán, no por tu ciencia, sino por las casualidades del
destino, por el corte de tu capa, por la apariencia de tu casa, por el número
de tus criados, por la atención que dediques a las charlas y a los gustos de tu
clientela. Los habrá que desconfiarán de ti si no gastas barbas, otros si
vienes de Asia; otros si crees en los dioses; otros, si no crees en ellos.
Te gusta la sencillez; habrás de adoptar la actitud de un augur.
Eres activo, sabes lo que vale el tiempo, no habrás de manifestar fastidio ni
impaciencia; tendrás que soportar relatos que arranquen del principio de los
tiempos para explicarte un cólico; ociosos te consultarán por el solo placer de
charlar. Serás el vertedero de sus disgustos, de sus nimias vanidades.
Sientes pasión por la verdad; ya no podrás decirla. Tendrás que
ocultar a algunos la gravedad de su mal; a otros su insignificancia, pues les
molestaría. Habrás de ocultar secretos que posees, consentir en parecer
burlado, ignorante, cómplice.
Aunque la medicina es una ciencia oscura, a quien los esfuerzos de
sus fieles van iluminando de siglo en siglo, no te será permitido dudar nunca,
so pena de perder todo crédito. Si no afirmas que conoces la naturaleza de la
enfermedad, que posees un remedio infalible para curarla, el vulgo irá a
charlatanes que venden la mentira que necesita.
No cuentes con agradecimiento; cuando el enfermo sana, la curación
es debida a su robustez; si muere, tú eres el que lo ha matado. Mientras está
en peligro te trata como un dios, te suplica, te promete, te colma de halagos;
no bien está en convalecencia, ya le estorbas, y cuando se trata de pagar los
cuidados que le has prodigado, se enfada y te denigra.
Cuanto más egoístas son los hombres, más solicitud exigen del
médico. Cuanto más codiciosos ellos, más desinteresado ha de ser él, y los
mismos que se burlan de los dioses le confieren el sacerdocio para interesarlo
al culto de su sacra persona. La ciudad confía en él para que remedie los daños
que ella causa. No cuentes con que ese oficio tan penoso te haga rico; te lo he
dicho: es un sacerdocio, y no sería decente que produjera ganancias como las
que tiene un aceitero o el que vende lana.
Te compadezco si sientes afán por la
belleza; verás lo más feo y repugnante que hay en la especie humana; todos tus
sentidos serán maltratados. Habrás de pegar tu oído contra el sudor de pechos
sucios, respirar el olor de míseras viviendas, los perfumes harto subidos de
las cortesanas, palpar tumores, curar llagas verdes de pus, fijar tu mirada y tu
olfato en inmundicias, meter el dedo en muchos sitios. Cuántas veces, un día
hermoso, lleno de sol y perfumado, o bien al salir del teatro, de una pieza de
Sófocles, te llamarán para un hombre que, molestado por los dolores de vientre,
pondrá ante tus ojos un bacín nauseabundo, diciéndote satisfecho: "Gracias
a que he tenido la preocupación de no tirarlo". Recuerda, entonces, que
habrá de parecer que te interese mucho aquella deyección. Hasta la belleza
misma de las mujeres, consuelo del hombre, se desvanecerá para ti. Las verás
por las mañanas desgreñadas, desencajadas, desprovistas de sus bellos colores y
olvidando sobre los muebles parte de sus atractivos. Cesarán de ser diosas para
convertirse en pobres seres afligidos de miserias sin gracia. Sentirás por
ellas más compasión que deseos. ¡Cuántas veces te asustarás al ver un cocodrilo
adormecido en el fondo de la fuente de los placeres!
Tu vida transcurrirá como la sombra de la muerte, entre el dolor
de los cuerpos y de las almas, entre los duelos y la hipocresía que calcula a
la cabecera de los agonizantes; la raza humana es un Prometeo desgarrado por
los buitres.
Te verás solo en tus tristezas, solo en tus estudios, solo en
medio del egoísmo humano. Ni siquiera encontrarás apoyo entre los médicos, que
se hacen sorda guerra por interés o por orgullo. Únicamente la conciencia de
aliviar males podrá sostenerte en tus fatigas. Piensa mientras estás a tiempo;
pero si indiferente a la fortuna, a los placeres de la juventud; si sabiendo
que te verás solo entre las fieras humanas, tienes un alma bastante estoica
para satisfacerse con el deber cumplido sin ilusiones; si te juzgas bien pagado
con la dicha de una madre, con una cara que te sonríe porque ya no padece, o
con la paz de un moribundo a quien ocultas la llegada de la muerte; si ansías
conocer al hombre, penetrar todo lo trágico de su destino, ¡hazte médico, hijo
mío!