Vivimos
en el mundo de la inmediatez, poco conscientes de la verdadera prioridad de las
cosas, de lo que debe importar o no. Somos vulnerables a estímulos y juicios
externos, a modas transitorias, a tornados de emociones efímeras que no hacen más que alterar
nuestra cordura y tentarnos al desequilibrio, prisa, locura.
Ahora cuaja bien la tendencia a decir eso de “un estudio demuestra que…..”, así que presento mi propio
estudio. Como los grandes hallazgos, ha sido un hecho fortuito, que no le quita
mérito y hace reflexionar sobre nuestro día a día.
Se
trata de esa fiebre del “WhatsApp”, definida como una aplicación de mensajería
para teléfonos inteligentes, que envía y recibe mensajes mediante Internet,
complementando servicios de mensajería instantánea, servicio de mensajes cortos
o sistema de mensajería multimedia. Además de utilizar el modo
texto, los usuarios de la libreta de contacto pueden crear grupos y enviarse
mutuamente imágenes, vídeos y grabaciones de audio.
¿Increíble, no? ¿Y para qué
quiero yo eso? En mi caso, lo tengo muy claro, es una herramienta básica y no puede sustiruir a la comunicación. Menos aún, ocupar mi tiempo o asumir esa aparente obligación a contestar a todo; y hacerlo YA. Y si lo consigues en 5 mensajes, más ruidoso y oloroso. De eso nada. Yo no formo parte
de grupos masivos que compartan “memes”. Tengo instruidos a mis contactos de
que no contesto mientras trabajo y que, para urgencias o si no doy señales de
vida, prefiero una llamada. Es decir, en teoría, yo debería de recibir un
mínimo número de mensajes y soy “un sesgo” respecto a la población general.
Pero un día cualquiera, en una mañana de trabajo de esas que, como de costumbre, y por trabajar cara al público, evito la dependencia del Whatsapp.
Pero un día cualquiera, en una mañana de trabajo de esas que, como de costumbre, y por trabajar cara al público, evito la dependencia del Whatsapp.
Cuando
finaliza mi jornada de trabajo, me encuentro con la abrumadora, escandalosa,
vergonzosa cifra de 111 mensajes procedentes de 13 chats.
En ese momento, ni
siquiera los miro. Ha sido una jornada agotadora, y lo que quiero (y merezco) es arrancar tranquilamente mi coche, que he quedado para comer y se me hace tarde. Si no
me han llamado, mucha urgencia no traerían, ¿verdad?. Aparco absolutamente
inmune a esa pantalla de móvil que te dice: “tienes mensajes, tienes mensajes”;
y sigue vibrando de vez en cuando, sin que eso consiga perturbar ese rato entre amigos, esa sobremesa, esas sonrisas y miradas frente a frente. Si tienen tanta prisa, ¿por qué no me llaman? No es
que tenga respeto por dislocarme el pulgar respondiendo o entrar en estatus
epiléptico por tanta activación neuronal de luces, beeps, fotos, audios.
¡No me apetece mandar mi tiempo y mi vida por wi-fi”!
Para
resumir la calidad de esa cantidad de mensajes, puedo agrupar los mensajes en:
a) Apropiados (13): familia o amigos
cercanos con mensajes informativos/de recordatorio (7), avisos que no
precisaban contestación (4) y, en dos casos, mensajes importantes que se
acompañaron de llamadas pertinentes.
b) Parcialmente apropiados (20): mensajes
en grupos de chat por motivos organizativos de alguna actividad en
grupo/organización de equipo. Sólo serían realmente “apropiados” si, en caso de
urgencia, se vinculan a llamada. Pero por mucho poner “Amelia, ¿estás ahí?” o similares,
no se consigue que me suba a la red. En fin, "tolerables".
c) Inapropiados (78): mensajes como “necesito
verte ya” (sin seguirse de llamada), “hola”-“¿qué es de tu vida?”-“¿no estarás
de guardia por casualidad?” (mi vida no es algo que pueda contarte con la
instantaneidad para la que se diseñó esta aplicación), fotos, memes, hilos
absurdos de chats. Cabe destacar, que muchos de estos hilos acaban generando un
bucle de malentendidos que genera más mensajes rectificatorios, a cuál más
desafortunado e insulso.
En
definitiva, con mi análisis (“una mañana cualquiera”), se puede concluir que:
-La
cantidad de mensajes enviados y recibidos a través de WhatsApp excede el límite
lógico para una comunicación eficaz (no es asumible ni permite una respuesta
inmediata).
-Sólo
el 11,7% de los mensajes pueden calificarse como “apropiados”.
-El 70%
de la información enviada a través de WhatsApp es absolutamente prescindible, y
puede ser calificada como “ruido” o “disruptor”.
En
fin, espero que, a partir de ahora, te pienses un par de veces la necesidad de
enviar ese mensaje o, por el contrario, si la alternativa de una llamada
telefónica o un diálogo presencial no puede ser igual de inmediata, pero más
cálida, sencilla y cordial.
La validación de Whatsapps para ser utilizados como prueba en juicios se realiza mediante herramientas especializadas de informática forense como Cellebrite Ufed Touch 2, certificando el contenido de los mensajes y todos los detalles de la comunicación (fechas, interlocutores y dispositivos).
ResponderEliminarEs muy importante disponer de un perito whatsapp experto que realice un análisis sólido y bien sustentado ratificando que no ha existido manipulación y que sirva de referencia para jueces y abogados.