Una Puerta a la
Esperanza
El
contexto socio-cultural actual está progresivamente erosionando la conciencia respecto a aquello que hace preciosa la vida humana. Vida humana
que, con frecuencia, es evaluada en función de su eficiencia y utilidad, hasta
el punto de considerar ‘vidas descartadas’ o ‘vidas indignas’
aquellas que no responden a tales criterios.
Una
sociedad merece la calificación de ‘civil’ si desarrolla anticuerpos contra la cultura del descarte; si reconoce el valor intangible de la vida humana; si
la solidaridad es practicada de
forma efectiva y salvaguardada como fundamento de la convivencia.
Si
ahondamos en el tema del cuidado de los
enfermos en su fase crítica y terminal de la vida, conviene reescribir la
‘gramática’ del hacerse cargo y asumir el cuidado de la persona que sufre. Sin
la compasión, quien mira no se
implica en aquello que observa, y pasa de largo; en cambio, quien tiene un
corazón compasivo se implica, se detiene y se preocupa.
Alrededor
del enfermo debe crearse una plataforma
humana de relaciones que, además de favorecer el cuidado médico, abra la
puerta a la esperanza, especialmente en aquellas situaciones-límite en las que
el mal físico se acompaña de desaliento
emotivo y angustia espiritual.
La
cercanía relacional, y no meramente
clínica, con el enfermo, considerado en la unicidad y en la integridad de su
persona, impone el deber de no abandonar nunca a nadie ante la presencia de
males incurables. La vida humana, debido
a su destino eterno, conserva todo
su valor y toda su dignidad en cualquier condición, también en la precariedad
y en la fragilidad, y, como tal, siempre es digna de la máxima
consideración.
En
la búsqueda de esos objetivos es necesario diferenciar la función de los
hospitales de pacientes agudos de la labor de los conocidos como “hospices”, hospitales especializados en cuidados
paliativos, donde los enfermos terminales son acompañados con un
cualificado apoyo físico, mental y espiritual, para que puedan vivir con dignidad, confortados por la cercanía
de sus seres queridos, la fase final de sus vidas terrenales.
Tales
centros constituyen lugares en los que se practica con esfuerzo la terapia de la dignidad, alimentando así
el amor y el respeto por la vida.
Fuente: ACIprensa
30 de Enero 2020
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